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Opinión

Criptomonedas; engendro de un sistema financiero en bancarrota

Por ALBERTO VIZCARRA OZUNA

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El diablo siempre ofrece el infierno como paraíso; es mentiroso por excelencia. No está muy lejos de esa alegoría, la oferta del mercado de las llamadas criptomonedas. Se vende como un mercado de inversión, cuya privacidad le da cobijo a las fantasías libertarias que ven en todo sistema monetario regulado el sinónimo del mal. A los concursantes les hacen creer, que la ausencia del Estado, garantiza que la magia de la oferta y la demanda, operando sin perturbación alguna, hará posible un aumento constante en el precio de dichos instrumentos.

Los proclives a la fascinación con la novedad y que procuran ser protagonistas de la última ola, se llenan de entusiasmo con la promesa de ganancias rápidas, seguras y constantes. No quieren pensar en la advertencia de que en poco tiempo ese entusiasmo se pude traducir en las lágrimas del incauto que lo llevaron al infierno prometiéndole el paraíso. En realidad no hay nada nuevo bajo el sol de la especulación: el viejo axioma del liberalismo económico que deposita el origen de la riqueza en el falso esquema de comprar barato y vender caro.

En octubre del 2008, después del acuse de una crisis sistémica con la explosión de la burbuja hipotecaria que llevó a la bancarrota a segmentos enteros de casas de inversión, ejemplificadas por Lehman Brothers, se filtra la noticia del nacimiento de las criptomonedas con la emisión digital del Bitcoin, quienes fueron los primeros en utilizar la tecnología llamada blockchain, un sistema de información codificada que permite la transferencia entrelazada en una cadena de usuarios de internet. Con esta operación cibernética se crean las criptomonedas.

La oferta  se presenta como una alternativa segura al horizonte incierto de un sistema financiero en donde la intervención del estado incorpora elementos subjetivos y políticos que ensucian los procesos monetarios y financieros. En el sistema de operación y creación de criptomonedas, se exige mantener un registro de todas las transacciones de claves digitales existentes. Lo que implica reunir enormes cantidades de potencia informática para resolver acertijos matemáticos generados por computadora, forma en la que se crea una moneda digital. La ilusión es que estos procedimientos matemáticos, siendo tan “puros y estrictos”, evitan que intervengan las pasiones humanas y se echen a perder las cosas. Es frecuente que el tramposo diga que los números no mienten, ni engañan.

El blindaje de los criptomercados y su presumida refracción a los vaivenes especulativos del sistema financiero, ha quedado en apología insulsa. Este mercado, que tenía una capitalización de Tres Millones de Millones de dólares (tres billones) el 10 de noviembre del 2021, se ha desplomado por debajo del billón de dólares en los registros de mediados de junio del 2022. Lo cual representa un colapso de dos tercios en solo siete meses.

Se informa que esta cripto-burbuja, ahora denotando signos de derrumbe, es más grande que la burbuja especulativa de las hipotecas de alto riesgo que alcanzó un valor por encima de los dos billones de dólares, reconocido como el detonante de la explosión financiera de connotaciones sistémicas en el 2008. La cripto-burbuja, carga sobre sus hombros un volumen muy grande de apalancamiento de derivados e instrumentos financieros, al igual que los que se derrumbaron con la explosión de la burbuja hipotecaria.

Esto coloca a la corrida de las criptomonedas, como el nuevo y posible detonante de  un terremoto cuya reacción en cadena tiene el potencial de comprometer a todo el maltrecho edificio del sistema financiero trasatlántico, cuya valoración en activos especulativos se aproxima a los Dos Mil Billones de dólares.

El juego libertario de las criptomonedas,  es teóricamente un ejercicio autocomplaciente. Su nacimiento “misterioso”, encubierto como una iniciativa de un “genio solitario”, que le deja su regalo a un mundo agobiado por la crisis del 2008, es la proverbial leyenda urbana. En realidad se trata de una variante más de las prácticas especulativas de un sistema financiero mortalmente adicto a las mismas.

Hay evidencias sobradas, desde la creación del Estado moderno, de que  para hacer valer el bienestar general, la emisión monetaria y de crédito debe ser regulada por el estado. No hay forma de que el mundo y las naciones se deshagan de las calamidades en curso, si no se restablece este principio en la conformación de una nueva arquitectura financiera mundial, en donde el dinero deje de ser el Señor y pase a ser un siervo, subyugado por los requerimientos de fomento al progreso físico-económico de alta tecnología que aumente los poderes productivos del trabajo y con ello contribuya al incremento en las capacidades sustentables de la población en su conjunto.

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