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Opinión

Memoria e historia con los tarahumaras

Por GERMÁN OROZCO MORA

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Los misioneros jesuitas o de la Compañía de Jesús, fundada un 15 de agosto de 1534 (hace 488 años), llegaron con los Tepehuanes (Durango), y Tarahumaras (Chihuahua) desde 1630.

La presencia jesuítica fue despótica y autoritariamente suspendida en junio de 1767 en todo el mundo, no solo en Paraguay o en la misma Tarahumara o Sonora y Baja California. Fue una decisión guardada “En mi real pecho”, expresó Carlos III, el rey; y vino en caos, como puede usted recrearlo en la película La Misión  con Robert de Niro y música de Ennio Morricone: la destrucción de las reducciones jesuíticas del Paraguay.

Casi 150 años de entrega misionera fueron continuados por los padres franciscanos y josefinos, hasta que en 1900 los jesuitas volvieron a la Tarahumara, Chihuahua. 128 años ausentes; y ahora 122 presentes.

En el siglo XVII, fueron martirizados los primeros jesuitas en la Tarahumara entre 1900-1950, anota el cronista Manuel Ocampo, S.J.; trabajaron en ese periodo 90 individuos, entre hermanos y sacerdotes, sin enumerar las religiosas que atienden colegios, asilos, orfanatorios.

En la memoria de la Tarahumara hay de todo, como los doce años de gobiernos del PAN, que poco hicieron por Batopilas, pueblo de nacimiento de Manuel Gómez Morín, fundador del Instituto Político. Comunidad enclavada en la Sierra Tarahumara. Es de conocimiento que fue don Porfirio Díaz el que impulsó y apoyó al Obispo de Chihuahua para el retorno de los jesuitas como encargados de las misiones rarámuris.

No pocas veces los mismos chihuahuenses, apoyados por los bajacalifornianos y latinos de California y Arizona, así como de Sonora, han llevado varios tráilers cargados de víveres y medicamentos para socorrer las recurrentes tragedias tarahumaras; organizados a través de teletones o campañas altruistas, como las de Canal 66, coordinados por el chihuahuense Luis Arnoldo Cabada Alvídrez y personal, y directamente entregadas vía terrestre a las comunidades serranas de Chihuahua.

Llámele usted como le dé la gana, pero los jesuitas, franciscanos, josefinos, diocesanos, laicos, permanentemente están sirviendo a Dios en la persona de los necesitados tarahumaras. Desde 1630.

Alejandro Hidrogo es un amigo cachanilla casado, que ha fundado escuelas secundarias o preparatorias entre los tarahumaras; seducido por el Domund o Domingo Mundial de las Misiones en la parroquia de Santa María de Gracia de Villafontana, Hidrogo pasa meses o años misionando. Su pasión misionera lo ha llevado a África (Kenia), de modo que cuando Alejandro habla de esto no es solo porque ha leído Almas de los Misioneros de Guadalupe, o Los Aguiluchos de los padres combonianos. Para las diócesis del Noroeste (La Paz, Ensenada, Tijuana, Mexicali, Nogales, Hermosillo, Obregón) hay mucho trabajo que hacer, muchas almas que deben conocer la vida cristiana.

Incluso el Papa Benedicto XVI, ya no hablaba de una Nueva Evangelización, sino de un volver a evangelizar de cero, de la nada. Vivimos en el mundo un neopaganismo, a pesar de las capacidades tecnológicas, mass media, redes, tabloides, etcétera. Nada puede suplir la presencia de sacerdotes como Javier Campos y Joaquín Mora; no hay confesiones por internet, deben ser directas y personales y con un sacerdote.

La memoria e historia de la misión de la Tarahumara es admirable e intensa, como en Baja California Sur y Norte, Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Chiapas, Jalisco, Durango. Por ejemplo, los jesuitas regresaron a Tijuana a través del Proyecto Salvatierra, con el experimentado padre Francisco Ornelas, un jesuita colaborador de don Samuel Ruíz, obispo de san Cristóbal de las Casas e impulsor de misiones como la de Bachajón.

Chihuahua tuvo una época en la que casi todos sus obispos eran originarios, como don Adalberto Almeida y Merino, nacido en la misión de Bachinibas; don Manuel Talamás Camandari, obispo de Ciudad Juárez, experto comunicador y de los primeros colaboradores del Semanario ZETA; y el inolvidable regiomontano José “Pepe” Llaguno, un jesuita que recorría la enorme sierra -como primer obispo de la Tarahumara-  en una avioneta que él mismo tripulaba.

“Los comunistas, los liberales radicales, los protestantes, y con ellos los católicos débiles, acusan a la Iglesia de inactividad, de despreocupación por los miserables, de amiga exclusiva de las comodidades… Se cree que pasó ya el tiempo de los heroísmos, que no dejan nunca de brillar en la historia eclesiástica de todos los tiempos pasados”, dice enfático el P. David G. Ramírez (1947) en La historia de la Misión de la Tarahumara,  borrando de un golpe todas esas calumnias.

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Germán Orozco Mora reside en Mexicali.

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