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Opinión

El hermano no tan mayor

POR IGNACIO ANAYA

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Las relaciones entre hermanos suelen ser bastante variadas, hay dentro de ellas diversos factores y circunstancias que las van configurando a lo largo de la vida. Pero, en general, se hallan en ellas presentes juegos de poder, afectos, sentimientos, lazos, competencias, etcétera. Cada hermano tiene una perspectiva sobre cada uno y de ahí también se percibe a sí mismo; en ocasiones el menor mira al mayor como un modelo a seguir, aunque no suele ser así en todos los casos, pues cada uno es diferente. Dicho esto, no resulta extraño que, de vez en cuando, al hablar de las relaciones diplomáticas entre países, se aluda a las figuras de los hermanos mayores y menores. En México, por ejemplo, se suele mirar a Estados Unidos como el hermano mayor, en parte, porque fue ese país el que se cargó con dicha categoría. No obstante, eso no quiere decir que México sea ajeno a querer ser visto como el gran hermano de otras naciones.

La reciente noticia del fallecimiento Luis Echeverría levantó varios análisis sobre su figura y mandato, negativos en su mayoría. Sin embargo, también resulta interesante su visión sobre México en el contexto de Latinoamérica y el concepto de tercer mundo. Durante su presidencia, el país contaba con una población de alrededor de cincuenta millones de habitantes, solo superado por Brasil en toda América Latina. Y sin menospreciar la influencia de tan importante nación, la realidad es que, para las relaciones, el compartir el idioma y una historia son factores considerables. Asimismo, fue una época protagonizada por golpes de Estado en diversos países de la región que trajeron dictaduras conformadas por mandos militares, siendo el caso de Chile uno de los más famosos.

El gobierno de Echeverría, no ajeno a actos de represión y violencia, buscó posicionarse como un modelo a seguir. En otras palabras, ser el hermano mayor, no solo de Latinoamérica, sino del tercer mundo. En este sentido, México encabezaría un nuevo rumbo para las naciones que, bajos ciertos criterios occidentales, eran categorizadas como tercermundistas. Para ello, Echeverría promovió diversos programas y propuestas encaminadas a una unión de países en desarrollo. Una alternativa para las “naciones no alineadas”, terminó que expresó él durante un discurso en Yugoslavia en 1974, según reportaba el periódico El Informador. Esta manera de actuar recibió elogios por parte de otros líderes, por ejemplo, en 1976, el mismo diario mencionó que el presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, felicitó a Echeverría por la creación del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo con sede en la Ciudad de México. El mandatario venezolano le expresó que: «es mediante la acción dinámica de los países en desarrollo como podremos crear la condiciones que hagan posible el nuevo orden económico internacional». En gran parte, la política exterior de Echeverría iba encaminada por su preocupación de las finanzas internacionales que se estaban configurando dentro del campo global. Él veía la necesidad de los países tercermundistas por buscar la manera de no estar excluidos dentro de dicha reconfiguración, siendo México el que, desde la perspectiva de su gobierno, debería tomar la iniciativa.

Según indican los historiadores Ariel Rodríguez Kuri y Renato González Mello en el capítulo “El fracaso del éxito, 1970-1985” dentro de la obra Nueva historia general de México (2019), Echeverría visitó 32 países y recibió a 30 jefes de Estado o figuras de relevancia política.  Nunca ajeno al protagonismo en el escenario mundial. A pesar de esto, al final de cuentas, si México quería ser el hermano mayor, la realidad es que sería más cercano a aquel con trastornos mentales y enfermo que busca al menos darse a respetar por los demás. Esa misma nación se encontraba sumida en la Guerra Sucia y con problemas financieros. Echeverría, más que por acciones, destacó por demagogo.

Hasta la fecha esta idea de México como el hermano mayor sigue presente. No es un fenómeno que comenzó durante los setenta, ni que haya terminado. Cuando el candidato Gustavo Petro ganó las elecciones presidenciales de Colombia, un portal de noticias prorrégimen utilizó de portada un mapa de Latinoamérica, en el cual destacaba las victorias de la izquierda en diversos países de la región. Con grandes letras el título decía: “América Latina es obradorista”. Este tipo de ejemplos muestra la persistencia de algunos por ver a México como una especie de hermano mayor de toda Latinoamérica. Aquel que se cree que puede influir en las decisiones de otros países y ser líder en la conformación de un nuevo bloque de naciones. En parte, son ganas de emular al vecino del norte, pues, se quiera o no, su influencia penetra en el país desde diversos ámbitos.

Lo que no se toma en cuenta es que para ser modelo de nación primero hace falta un trabajo de introspección. Los grandes problemas que azotan al país siguen dejando ese discurso en lo que verdaderamente es: puras palabras, pocas acciones. Si el hermano quiere ser el modelo por seguir, primero debe demostrar por qué quiere serlo.

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El autor es Licenciado en historia y creador de “El pasado a color”. Es columnista en El Heraldo de México y Vértigo Político, es además colaborador en “El dedo en la llaga”.

@IgnacioAnay

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